Cuando nos remitimos a
determinados aspectos de lo que denominamos "iniciación", sin duda pueden venirnos a la mente las
siguientes preguntas
¿Pruebas o Purificaciones?
¿Alquimia o no alquimia?
Para reflexionar sobre las
mismas he querido aproximar determinadas pesquisas y argumentos del Hermano D.
D. que considero presenta un esquema y un seguimiento de esta temática de gran
interés.
En las Logias escocesas
del Siglo XVII la recepción de un nuevo Aprendiz comportaba diversas intimidaciones
y humillaciones que revelaban más una novatada que cualquier tipo de “transmisión
de una influencia espiritual” (ver David Stevenson “Los orígenes de la Francmasonería. El siglo escocés 1590-1710”),
de lo cual aún queda algo en nuestra época actual.
En los inicios ingleses,
si 1717 vio el nacimiento de la Gran Logia de Londres y Westminster, fue
durante los años 1720-1730 cuando se crearon las características principales de
una Orden tal y como persiste aún hoy en día: desdoblamiento del primer grado,
aparición de la leyenda de Hiram, formación de logias en el Continente europeo.
En esta época, el
candidato a la recepción (the making of a mason), ya que aún no se hablaba de
iniciación, experimentaba unas pruebas desprovistas de todo carácter purificatorio:
despojamiento de metales, desnudo parcial, privación de la vista.
Estas primeras ceremonias
no hacían ninguna referencia a la Alquimia, Cábala o a ninguna Mística
Rosacruciana.
En 1730, año de la
aparición de la “Masonry Dissected”
de S. Prichard, el recipiendario efectuaba una vuelta a la Logia (los ingleses
no utilizan el término viaje). Este movimiento es, en efecto, el origen de los “viajes”
franceses que perviven a día de hoy. Esta vuelta subsiste, inmutable, en las
logias anglosajonas donde es el pretexto de la presentación del Candidato a los
Vigilantes y después al Venerable.
Los inicios de la
masonería francesa se caracterizaron por la coexistencia más o menos armoniosa
de logias “jacobitas” (ingleses, escoceses e irlandeses exiliados partidarios
de la derrocada familia de los Stuarts) y los “anglicanos” (ingleses y franceses
iniciados en Londres, y franceses iniciados en París por ingleses).
En 1737, en la divulgación de Réné Hérault, teniente de
la policía de París, este no tuvo inconveniente en descubrir los secretos de
los masones gracias a una dama de dudosa virtud que los sonsacó a uno de sus
amantes. Hérault los publicó bajo la forma de un panfleto “La Réception d’un Frey-Maçon”. En esta época no se decía Franc-Maçon,
sino Frey-Maçon o Fri-Maçon, lo que indica bien el origen británico de la Orden
en Francia. Tampoco se habla de iniciación, sino de recepción. El término
iniciación hará su aparición, de forma muy tímida, en el vocabulario masónico
francés en el último cuarto del Siglo XVIII.
El postulante, privado de
la vista, despojado de sus metales y joyas, con su rodilla derecha desnuda, el
pie izquierdo en pantufla, es introducido por su padrino. Se le hace dar tres
vueltas y tras reafirmar su convicción pronuncia su compromiso, tras lo que se
le reviste con su mandil y guantes para recibir, posteriormente, la explicación
de los secretos de los dos grados, aprendiz y compañero (en esta época los dos
primeros grados eran conferidos simultáneamente, tanto en Inglaterra como en
Francia), con la comunicación de las palabras J y B. Más adelante Hériault
describe el ritual de mesa con sus términos sacados de la vida militar y la
aclamación “Vivat”.
El panfleto resume bien lo
que la masonería francesa debe a Inglaterra: la preparación del candidato, la
obligación y sus castigos, tan sanguinarios como fictícios, el uso ritual del
compás, la vestimenta (mandil y guantes) así como las palabras J y B. Identifica
también las principales innovaciones francesas, desconocidas aún hoy, con
respecto a las logias británicas: tres viajes y no uno solo, el círculo de
espadas, la entrega de guantes de mujer, la aclamación “Vivat” y los trabajos
de mesa.
Lo que está claro además,
es que no hay ni elementos ni purificaciones.
Los rituales auténticos de
los siguientes años así lo demuestran. Buen ejemplo de ello serían por ejemplo
los rituales del Marqués de Gages y su logia de Mons “La vraie et parfaite
Harmonie” (1767) o el de Lyon de 1772.
Recordemos que para esa
época los ritos como tal no existían. Su génesis fue el resultado de la
aparición incontrolada de los Altos Grados denominados Escoceses, que podríamos
situar entre 1745 y 1785. Su desarrollo comporta a grandes rasgos tres etapas:
-
Aparición espontánea,
independiente, de grados inéditos de proveniencias diversas;
-
Su organización
en serie jerarquizados;
-
El
establecimiento de un poder regulador en la cúspide de dicha serie.
El escenario es simple.
Una logia recibe a un extranjero que susurra que detenta los “verdaderos”
secretos de una orden sublime. Los masones del lugar, atraídos por lo
desconocido, se precipitan, y por algunos escudos se hacen recibir Gran
Elegido, Caballero de Oriente, Príncipe Rosacruz. La desilusión es rápida, a la
altura de sus ilusiones primeras. Ello no impide que nuestros seguidores
soliciten muy pronto su admisión a otros misterios, más sublimes todavía y con
títulos aún más sonoros: caballero Kadosh, del Vellón de Oro o del Sol,
Emperador de Oriente y de Occidente. Así nacerían unas series de Altos Grados,
a los que se bautizó posteriormente con el nombre de rito, palabra tomada de la
Iglesia (rito latino, ortodoxo, copto, maronita, …).
En su origen, estos ritos
solamente designaban estas construcciones, a menudo heteróclitas, de grados “superiores”
que pretendían completar la enseñanza de los grados simbólicos.
Pero tuvieron una
consecuencia de gran tamaño: el contenido de los grados azules fue revisado
para adaptarlo al mensaje de los Altos Grados, con el fin de “preparar” mejor
al futuro candidato a las enseñanzas por venir.
Los ritos de purificación
son contemporáneos a esta evolución. Una de las primeras menciones podemos
encontrarla en un catecismo de un Alto Grado de 1749 denominado “Petit Écossais
Apprenti”:
“Pregunta: ¿sois Escocés?
Respuesta: Sí, lo soy. He sido purificado por el agua
y por el fuego.”
De hecho los elementos y
las purificaciones son inseparables del Escocismo, este movimiento de origen
francés.
En el grado de “Maestro de
Logia” (equivalente continental de la Instalación “esotérica” inglesa, que fue
enseguida incorporado en la escala del REAA donde ocupa el 20º lugar), el
recipiendiario es recibido entre el “hierro y el fuego”, porque es “purificado
de la cabeza a los pies por el hierro y el fuego”.
Pero los elementos no son
los únicos medios de purificación. En otros lugares, éstas se harán mediante
perfumes, como en algunos Altos Grados de la masonería “egípcia” (1778-1784) de
Giuseppe Balsamo, Cagliostro, apareciendo las purificaciones por incienso,
mirra, benjuí o bálsamo del Perú, por ejemplo (grados de Compañero y Maestro
del Interior).
Pasemos a efectuar, a modo
de ejemplo, un breve recorrido por algunos de los más significativos Ritos
continentales de la época, donde se muestra que los ritos de purificación eran
cosa corriente en los Altos Grados.
Rito Escocés Filosófico.
Este rito nació en el Midi
francés, en Marsella y Avignon. Fue practicado en París por la logia “Saint
Jean du Contrat Social”.
Encontramos la
purificación por el agua después del primer viaje, la purificación por el fuego
después del segundo y la de la sangría después del tercero.
Este rito Filosófico es un
claro ejemplo dentro del inacabado debate sobre las “influencias exteriores”,
estas hipotéticas escuelas esotéricas, cabalísticas y alquímicas que se habrían
injertado sobre el cuerpo masónico.
Ya su título “filosófico”,
que no es un derroche de modestia, parece más bien una de esas atracciones que
pretenden proporcionar destellos sobre muchos aspectos.
Remarquemos simplemente
que si los rituales “filosóficos” comportan dos elementos, y no cuatro, no
hacen ninguna referencia, ni siquiera velada, a la Gran Obra. Sin embargo se
puede ver en las purificaciones por el agua y el fuego un recuerdo del bautismo
(agua) y de la purificación por el Espíritu Santo (fuego).
Rito Francés Moderno.
Debido a la preocupante
proliferación anárquica de los Altos Grados, y con el deseo de poner un cierto
orden, aparece el Gran Capítulo General de Francia, a tal efecto, creando una
estructuración, que será reconocida por el Gran Oriente de Francia en 1786,
consistente en un sistema de Cuatro Órdenes (familias de grados, con un ritual
representativo: Elegido, Escocés, Caballero de Oriente, Rosacruz) más un Quinto
Orden (que contiene todos los grados físicos y metafísicos y todos los
sistemas). Además, desde 1783 a 1786, la Cámara de Grados redactó para los
Grados Simbólicos un ritual denominado “Régulateur du Maçon” (editado en 1801).
Este modelo fue que se quiso imponer a todas las logias de la correspondencia.
Este rito calificado a posteriori como “Francés” o “Moderno” no deja de ser una
síntesis de los denominados Grados “Escoceses”, aunque pretenda desmarcarse de
la denominación de otros ritos con dicho calificativo. Los grados azules, sin
embargo, son incontestablemente de origen británico. En ellos las pruebas por
el agua y por el fuego se presentan en el segundo y tercer viaje, testimonio
claro de la influencia escocesa.
La descripción del
Gabinete de Reflexión no contiene en absoluto la palabra VITRIOL. Sin embargo
señala la presencia del vaso de agua, de sal y azufre, así como la
representación de un gallo, un reloj de arena y otras máximas murales.
Si bien el concepto de
purificación aparece referido al agua, nos muestra una aproximación novedosa al
concepto de pruebas, aunque estas reminiscencias a los anteriormente citados
bautismos son también evidentes.
Rito Escocés Antiguo y Aceptado.
No tardando surgió un
recién llegado, presentado como formidable, intrigante, muy seguro de sí mismo
a pesar de sus inciertas raíces. A parte de sus 30 grados, posteriormente se
propusieron tres nuevos grados azules, como pretendidamente detentor de la
auténtica tradición de los Antiguos, y de hecho, inventados por necesidad para
la causa.
La “Guide du Maçon Écossais” (circa 1820) solamente menciona una purificación, la del fuego en el
transcurso del tercer viaje, no comportando ninguna los dos primeros. Esto es
una buena prueba de que no está en el REAA el origen de las cuatro
purificaciones..
Los rectores del sistema
comprendieron pronto que ahí había una laguna que debía subsanarse. La
purificación por el agua reapareció en el segundo viaje.
El aire y la tierra
Hasta entonces (salvo el
RER para la tierra) nuestros rituales no hablan ni de aire ni de tierra.
El uso de preparar al
candidato en una cámara oscura está atestado desde los orígenes de la masonería
francesa e inglesa. Subraya el paso de las tinieblas a la luz, tema central de
la recepción masónica desde los primeros documentos ingleses (1720-1730).
El primer viaje no
comportaba ninguna alusión al aire. El recipiendario es movido, sacudido, y se
le explica que este primer viaje ruidoso representa el tumulto de las pasiones,
los conflictos de los intereses.
El Siglo XIX vio en la
estancia oscura y los peligros del primer viaje las pruebas purificadoras
suplementarias, por la tierra y el aire. Clavel cita estas nuevas
purificaciones desde 1843.
Remarquemos sin embargo que
no hay necesidad alguna de la alquimia para justificar los cuatro elementos.
La división de la Materia
en cuatro elementos constitutivos es una concepción tradicional de una rara
banalidad. Este añadido se refiere explícitamente a las “antiguas iniciaciones
egipcias” (ver Cauchois y Ragon), y por otra parte, el término iniciación en
esta época es extensamente utilizado para designar la ceremonia de recepción.
El ritual oficial del GOF,
revisado por Amiable en 1887, suprimió las pruebas, citándolas en un comentario
donde pone de manifiesto que los masones continentales habían introducido
particularidades ajenas a las tradiciones británicas iniciales. Es así como
aparece la propuesta de simbolizar en los viajes la infancia, la juventud y la
madurez.
Este rediseño de los
rituales hirió ciertas susceptibilidades, como la de Oswald Wirth, autor de una
trilogía que sigue siendo, cuestionablemente, un best seller de la literatura
masónica. A Wirth le gustaba el ocultismo que florecía en este fin de siglo y
dispuso a la masonería a una curiosa moda. Para Wirth, la reunión de los
elementos asimila la iniciación masónica al proceso alquímico: la
transformación de un profano en un iniciado recuerda e imita la trasformación
de la materia en el Atanor.
Este nuevo barniz
complació a algunos de sus contemporáneos, respondiendo a un gusto por el
misterio y lo maravilloso, mucho más fácilmente que el simbolismo hermético,
abstruso y formidable apenas comprendido en nuestros días. Esta obscuridad
permite cualquier tipo de desarrollo sin riesgo a ser contradicho. Permite
decirlo todo y cualquier cosa, así que lo contrario.
Después vino Guénon que vio
en la alquimia un aspecto particular de un esoterismo más vasto. Hizo de la
iniciación una convulsión ontológica por la acción de una influencia espiritual
adjuntada a una organización iniciática tradicional. Un proceso que, se quiera
o no, se relaciona con lo que denominamos magia.
Conclusiones
La historia nos muestra
que las pruebas o purificaciones, ignoradas en el origen, aparecieron sobre
1750 solamente en los Altos grados, para después imponerse en los grados
azules, únicamente en el continente.
La teoría de los elementos
en una concepción común desde la Antigüedad. Platón la expone en el Timeo. Los
primeros cristianos también la conocían. La estructura cuaternaria de la
materia es común en casi todas las tradiciones.
A finales del XIX algunos
cayeron en cuenta de que los elementos podían conectar con la alquimia. Esta
nueva lectura se insirió con toda naturalidad en el sistema guénoniano, aprehensión
global de la totalidad cósmica, de su organización y de su finalidad, lo cual
nos conduce a una Tradición Primordial. Esto supone la realidad de una
iniciación, en el sentido guénoniano del término en los constructores de la
Antigüedad, y una continuidad (supuestamente de hecho y de intención) entre
estos constructores y los francmasones de hoy. Algunos defensores de este punto
de vista se escudan diciendo que la mejor prueba de la existencia de esta
continuidad esotérica secreta es precisamente que ésta no haya dejado ningún
rastro en la historia. Ninguna prueba es capaz de apuntalar estas afirmaciones
y se trata, de hecho, de una fábula.
Recordemos que la francmasonería
es una sociedad “convivencial” que vio el día en una época, el Siglo XVIII, y
en un país, Inglaterra, que salía de años ensangrentados por la intolerancia
asesina y las guerras fratricidas.
La lectura de los antiguos
rituales revela el lento proceso por el cual los sucesivos depósitos fueron
recubriendo el núcleo original. Lo que era en principio la acogida en una
sociedad reservada se convirtió en una ceremonia compleja y presuntamente cargada de
significado.